viernes, 17 de diciembre de 2021

Por sus frutos los conocereis...

 

Por sus frutos los conocereis.

A los ojos del mundo, y de muchos creyentes, denunciar la falsa doctrina es sinónimo de soberbia, de legalismo, de falta de amor, misericordia, de compasión y de amor por el prójimo. Sin embargo, la escritura enseña otra cosa; Nuestro gran desafío como creyentes es seguir la Verdad de Dios en amor, no sacrificar la verdad en nombre de un falso amor que no reprende, que no confronta, que no dice la verdad….



Allí donde se enseñan las estrictas demandas del verdadero discipulado, también aparecen las falsas doctrinas que incitan al paso a través de puerta ancha y el camino fácil, diluyendo la verdad. (Recordemos la parábola del trigo y la cizaña) Mateo 13:24-43

Son los que profesan hablar de parte de Dios y vienen con disfraz de oveja, dando la apariencia de ser verdaderos creyentes pero no lo son; por dentro son lobos rapaces, incrédulos, depredadores de aquellos que se acercan a la fe pero son inmaduros e inestables.

16 Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos? 17 Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. 18 Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno.

Los versículos 16-18 tratan acerca de la detección de los falsos profetas: por sus frutos los conoceréis. Sus vidas licenciosas y enseñanzas destructivas los traicionan.

La vida y la enseñanza de los que pretenden hablar de parte de Dios deberían ser puestas a prueba por la Palabra de Dios.

EL peligro de malinterpretar: “No juzgues, para que no seas juzgado”

Uno de los versos más mal utilizados de la Biblia es: «No juzgues, para que no seas juzgado» (Mateo 7:1). Cada versículo de la Escritura debe ser leído en su contexto. En el versículo 2-5 de este mismo capítulo es evidente que el versículo 1 se refiere al juicio hipócrita. Un hermano que tiene una viga en su propio ojo no debe estar juzgando al hermano que puede tener un grano de arena en su ojo. La lección es clara; no se puede juzgar a otro por su pecado a menos que hayas confesado y abandonado ese pecado.

Aquellos que apelan a «No juzguéis, para que no seáis juzgados», para condenar a los que exponen el error, deben leer todo el capítulo: «Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:15-16).

¿Cómo podemos conocer a los falsos profetas a menos que los juzguemos por la Palabra de Dios? ¿El Señor quiere decir que no debemos juzgarlos por su modo de vida y su doctrina? Ciertamente no, porque no se puede saber sin juzgar, es decir, comprobar a través de lo que la Biblia enseña.

Por otra parte, Jesús nos dice: « No juzguen por las apariencias; juzguen con justicia» (Juan 7:24). Aquí nuestro Señor manda que juzguemos basados en la Palabra de Dios. Si se juzga por cualquier otra razón, diferente de la Palabra de Dios, es una violación de Mateo 7:1.

Aquellos que no están dispuestos o son incapaces de discernir o juzgar entre el bien y el mal, revelan de esta manera su desobediencia a Dios o su falta de conocimiento de la Escritura. La Biblia nos dice que el Espíritu dice explícitamente que en tiempos posteriores algunos se apartarán de la fe, prestando atención a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios (1 Timoteo 4:1-3).

Cuando permitimos a los falsos maestros difundir libremente sus doctrinas venenosas, porque los cristianos no tienen el coraje de exponerlas como lo hicieron Jesús y Pablo,  los lobos con piel de oveja estarán habilitados para saquear al rebaño, destruyendo así a muchos y enviándolos a la condenación eterna.

Jesús dijo a los fariseos religiosos, «¡Generación de víboras, ¿cómo pueden ustedes que son malos, hablar cosas buenas porque la boca habla de la abundancia del corazón» (Mateo 12:34). Para muchos evangélicos y algunos fundamentalistas hoy en día, esto sería un lenguaje inaceptable, porque para ellos es decirlo sin amor y cruelmente, pero estas palabras proceden directamente de la boca del Hijo de Dios. Lo más amoroso que podemos ser es decirle a la gente la verdad – y conocerás la verdad, y la verdad os hará libres (Juan 8:32).

Hoy en día, estos falsos maestros han entrado en las iglesias con sus libros, música, literatura, películas, psicología y sus discursos, y han convertido la casa del Padre en una cueva de ladrones.

Es hora de que los hombres de Dios se levanten y expongan sus errores para que todos los vean. Jesús tomó acción y trató con ellos cuando limpió el templo. Jesús les dijo: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones. Más vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.» (Marcos 11:17)

La Biblia nos dice que debemos ponerlos a prueba. «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus, si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo» (1 Juan 4:1). Todo aquel que se llama cristiano necesita ser probado por la Palabra de Dios.

Debemos tener cuidado y evitarlos. «Les ruego, hermanos, que se cuiden de los que causan divisiones y dificultades, y van en contra de lo que a ustedes se les ha enseñado. Apártense de ellos» (Romanos 16:17). Aquellos cuya conducta y enseñanza contradicen la Palabra de Dios que debemos que tener cuidado y evitar estrictamente.

No debemos tener nada que ver con ellos. «No tengan nada que ver con las obras infructuosas de las tinieblas; al contrario, denúncienlas» (Efesios 5:11). Se nos ordena no tener nada que ver con estos falsos maestros, profetas, apóstoles, etc., sino que debemos exponerlos. No debemos callarnos, sino seguir la advertencia de Pablo a Tito, debemos apegarnos a la palabra fiel, según la enseñanza que recibió, de modo que también pueda exhortar a otros con la sana doctrina y refutar a los que se opongan (Tito 1:9). ¿Cómo podemos obedecer las Escrituras a menos que expongamos a los falsos maestros por medio de la Palabra de Dios?

No debemos recibirlos en nuestra casa. «Si alguien los visita y no lleva esta enseñanza, no lo reciban en casa ni le den la bienvenida, 11 pues quien le da la bienvenida se hace cómplice de sus malas obras» (2 Juan 1:9-11). Juan está hablando de aquellos que no permanecen en la enseñanza de Cristo. Tenemos que recordar que las falsas doctrinas no sólo nos son traídas por falsos ministros, sino también por aquellos que vienen llamando a nuestras puertas enseñando un evangelio falso, a través de la radio, la televisión, la música y la literatura. Las personas que están desinformados dejan que estos falsos maestros entren en su casa sin el conocimiento del peligro que se avecina.

Debemos tener cuidado de los que predican un evangelio diferente. Pablo advirtió acerca de aquellos que predican «otro Jesús…otro espíritu…u otro evangelio» (2 Corintios 11:4). ¿Cómo podemos saber a menos que juzguemos su Jesús, su espíritu y su evangelio por la Palabra de Dios? Pablo llamó a tales predicadores de “falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo» (2 Corintios 11:13). Él explica en el versículo 14-15 que estos predicadores son los ministros de Satanás y su fin será conforme a sus obras.

Debemos separarnos de ellos. «Por tanto, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo impuro; y yo os recibiré» (2 Corintios 6:17). Esto se hace muy simple; el pueblo de Dios debe salir de la apostasía y del error religioso.

Muchos creen equivocadamente que es incorrecto exponer el error y nombrar a los maestros culpables; pero como hemos visto hasta ahora, la Biblia enseña lo contrario.

Pablo nombró a Pedro públicamente. Pedro era culpable de prácticas no bíblicas. Como resultado, “los demás judíos se unieron a Pedro en su hipocresía, y hasta el mismo Bernabé se dejó arrastrar por esa conducta hipócrita” (Gálatas 2:13). Cuando la integridad y la pureza del evangelio están en juego, nosotros, como verdaderos cristianos, no tenemos más remedio que exponer el error y nombrar al culpable.

Pablo nombró a Demas por amar el mundo. «Pues Demas, por amor a este mundo, me ha abandonado y se ha ido a Tesalónica» (2 Timoteo 4:10). Los que abandonan la causa de Cristo para la vida y los placeres mundanos deben ser identificados y expuestos.

Pablo nombró a Himeneo y a Fileto. Le dijo a Timoteo: «Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad. 16 Evita las palabrerías profanas, porque los que se dan a ellas se alejan cada vez más de la vida piadosa, 17 y sus enseñanzas se extienden como gangrena. Entre ellos están Himeneo y Fileto, 18 que se han desviado de la verdad. Andan diciendo que la resurrección ya tuvo lugar, y así trastornan la fe de algunos» (2 Timoteo 2:15-18).

La falsa doctrina perturba la fe de algunos, por lo que los que la proclaman deben ser expuestos, si no, la falsedad se extiende como gangrena.

Como leemos en el Antiguo Testamento, Natán también identificó y expuso al rey. Había un hombre en un lugar muy alto que era un adúltero secreto. Seguramente este hombre que ocupaba el más alto cargo en la tierra no podía ser reprendido por un profeta humilde e impopular. Sin embargo, Natán fue directamente a la presencia de David, reveló el pecado en forma de parábola, y luego le dijo al enfurecido David: «Tú eres ese hombre» (2 Samuel 12:7).

Obviamente necesitamos estar seguros de nuestros datos cuando hacemos esto y también presentar estos cargos sólo si está motivado por una preocupación genuina por los que se pueden desviar de la Verdad, si no hablamos. Debemos tener cuidado con los «falsos maestros… que en secreto traerán herejías destructivas» (2 Pedro 2:1). 

Los mensajeros fieles advierten a las ovejas de estos herejes, y los identifican por su nombre. No es suficiente dar una idea general de su identidad, porque los corderos jóvenes no entenderán y serán destruidos por estos lobos si no tenemos el coraje de exponerlos.

Tenemos que disciplinarnos en el estudio de la palabra de Dios para protegernos de los falsos profetas. 

Seamos como los ciudadanos de Berea, que examinaban las Escrituras todos los días para ver lo que el apóstol Pablo dijo era la verdad. (Hechos 17:11)


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